La escena del monólogo interno
Por fin desisto de mi idea de recordarte, de quererte a lo Blancanieves que espera. Que aburrida está la tarde, qué día más tonto, como un domingo de esos en los que por no hacer nada no sé hace ni la cena.
Ni me asusta ni me gusta perder el tiempo y desde luego se me da fenomenal, me entretengo con facilidad. Buscar triángulos uniendo mentalmente estrellas del techo, soy muy de inventar juegos estúpidos.
Viene a mi cabeza una tarde en las que hacíamos justo eso juntos. Mi cama, ambos tensos en cada roce, y cada vez más roces y que gran juego este de las estrellas si al final se acaba por juntar puntos de mira. Recuerdo que sin darme cuenta encontraste mi triángulo boca-pechos. Yo en ti no pude salir de una línea recta. Bueno, dos.
En ese momento exploto de deseo y me vienes a la cabeza de la única manera que no tendrías que haber venido.
Te traigo al presente recordando tus caminos. Camino de Santiago sin santa, peregrinación de lunar en lunar. Un dedo tras otro, simulando el andar de una Drag Queen veterana y sin querer un tropezón. Y una servidora acalorada de tanto andar, busca refugio y calma.
Encuentro más que eso. Sentimiento de caída libre al vacío en mi estómago. Temblor. Subidón mojado de calor, grito ahogado que se quedó sin su gran debut. Almohada marcada con dientes, marcas de saliva donde no tienen que estar. Echo de menos tu hombro.